viernes, 26 de noviembre de 2010

El bar

Reserva. Eso indicaba el marcador del depósito. El viejo Shelby no aguantaría más de 20 millas por esta carretera alejada de cualquier interestatal. Y lo peor es que hacía mucho que solo veía desierto a ambos lados. Más me valía encontrar alguna pequeña gasolinera en la profunda y lluviosa noche que me rodeaba, o no me quedaría más opción que esperar a que amaneciera y caminar con un bidón en la mano. Y en mi caso, esa no era una opción.

Tras un par de millas vislumbré el famoso cartel de bar perdido que indicaba “El mejor café del desierto”, con unos neones que estaban a punto de extinguirse. Mejor no aventurarse más allá, al menos en el resto de la noche. Seguro que aquí podría estar seguro durante unas horas. Aparqué justo enfrente de la puerta de lo que parecía un bar de aspecto tejano. Justo al entrar por la puerta, noté como cambiaba la canción en la máquina de discos.

No se vislumbraba más que a la camarera de turno de noche y a un par de borrachos al final de la barra. Perfecto para pasar inadvertido. Me senté delante del expositor de los donuts pasados del día anterior. “¿Qué desea?” me preguntó la camarera, que intentaba hacerse la interesante. Le pregunté por alguna gasolinera cercana al motel donde poder llenar el depósito. Que suerte la mía, pues tenían un pequeño surtidor, aunque no podría hacer uso de él hasta la mañana siguiente.

“Póngame un café, a ver si es tan bueno como anuncian.” Antes de que pudiese intentar sonsacarme algo sobre mí, me acerqué hasta una de las mesas pegadas a la ventana. Mientras esperaba, solo podía pensar en todo lo que llegué a abandonar para llegar a esta situación. Y todo por ella, por esa maldita descabellada que le dio una vuelta a mi vida al igual que una tortilla en una sartén. ¿Qué había hecho yo para merecer esto?

“Su café, guapo”, me dijo ella. Mientras la música seguía sonando y los borrachos se contaban sus encuentros con los Ovnis, yo solo podía pensar en que coño hacer con mi vida a partir de ahora. Me dirigí hacia la barra para pagar. “Ahora solo me queda dormir en el asiento de atrás unas horas, y podré continuar mañana” pensé. “Tenga la vuelta, aunque me preguntaba si podría ayudarme con la máquina de hielos, señor…”. Tras pensarlo un poco pensé que un poco de diversión no me vendría mal después de todo. “Castle, pero puedes llamarme Frank”.

3 comentarios:

  1. Esto parece "Detour", tio... ¿hay continuación? ¿se sabe ya si la camarera es una "descabellada", (como ya se sabe que somos todas las mujeres sobre la faz de la tierra)o será una excepción? ¿se va a divertir Frank arreglando la máquina de hielo? y el café ¿es el mejor del desierto, o no?

    Rogamos desde el lado "iluminado" que prosigas con la escritura. Saludines.

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  2. Gracias por esa crítica. Voy a seguir escribiendo cosas similares.

    Aunque este texto fue creado como texto corto autoconclusivo (con final abierto, eso sí) para una narración en la radio. Quizá postee la propia narración radiofónica en cuanto pueda, si os interesa. Por eso no se si podría darle continuación.

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